Una vez quise abortar, tenía 18 años, había dejado de estudiar porque ya no me alcanzaba, estaba pasando por un momento bien pendejo en mis decisiones, de hecho, no solo había dejado la escuela, sino que también me había comprometido dos meses antes, supe perfectamente el día que me embaracé, recuerdo con risa que en pleno acto, levanté una plegaria que decía algo como «no me la vayas a aplicar Diosito» jajajá, como si Dios cumpliera caprichos.
Me embaracé un 6 de enero, para finales de ese mismo mes ya sabía que estaba embarazada, jamás se me había atrasado el periodo, ya lo sabía, pero quería creer que no podía estarme pasando esto. A mí, la que no quería hijos, a mí, qué estaba haciendo, qué me estaba pasando, ya suficiente lío tenía con lo del compromiso, estaba yo pensando en zafarme y ahora un bebé, diablos, qué clase de destino me estaba forjando. Qué clase de tarada era por no haberme cuidado. Lloré, lloré y lloré.
Esperé una semana y nada, me hice la prueba solo para confirmar lo que ya sabía, cuando avisé, todos estaban contentos, al cabo ya me iba a casar. Mi mente no lo aceptaba todavía, hice la propuesta, la aceptaron, fuimos al doctor, expliqué lo que quería, el médico fue tajante, él no hacía esas cosas a ningún precio, pero podía darme el teléfono de quien sí. Tomé el papel con el número y lo metí apretándolo muy fuerte en mi bolsillo. Salí de ahí muy avergonzada por la mirada de juicio de aquel hombre con bata blanca.
Recuerdo que era miércoles y mi pareja estaría ocupada, jueves, viernes y sábado, quedamos pues de ir el siguiente lunes a solucionar el asunto. Ja, yo le llamaba asunto y él, bebé. No puedo recordar muy bien porqué ya no fuimos ese lunes, ni otro, no recuerdo por qué decidí seguir con el embarazo y el compromiso.
Pasó febrero y para mediados de marzo, un día al levantarme e ir al baño, empecé a sangrar, me asusté, le dije a mi hermana, fuimos al hospital, después del ultrasonido me dijeron que tenía un leve desprendimiento de placenta, y que debía guardar reposo, pasé días sin hacer esfuerzos y aún así seguía sangrando. Con la educación que siempre recibí, en mi interior me culpaba y me decía que Dios me estaba castigando por haber querido deshacerme del bebé, nuevamente al doctor, ésta vez me dijeron que el reposo sería absoluto. Pasé los siguientes dos meses literalmente acostada, baños de esponja, usando el cómodo. La fecha de la boda de acercaba y este bebé apenas se aferraba a mí. Yo que para ese entonces, el miedo ya se había apoderado de mí y las dificultades del embarazo empezaban a hacer mella en mi salud, ya no sabía ni qué pensar o qué quería. Cualquiera dice que le encanta dormir y ver televisión todo el día, pero pasar dos meses así, y sintiendo que las noches duran enternidades, no es tan agradable que a nadie se lo desearía. Todos los trámites de la boda los hicieron los demás, de las invitaciones, planeación y decisiones, solo fui informada. Una semana antes de la boda, fui otra vez al chequeo médico y este dijo que no podía casarme, que debía mantenerme en cama todavía, propuse aplazar la boda, todos se opusieron, cambiamos de doctor y aunque con reservas, éste sí aceptó. Compré mi vestido un miércoles y me casé al siguiente sábado, con unos zapatos horribles y sin conocer al 80% de las personas. La fiesta de mi boda, no la recuerdo, mas lo que sí quedó grabado en mi memoria, fue el momento que entré a la iglesia y ver a mi pareja esperándome del otro lado con unos ojos tan claros y resplandecientes, yo era un cúmulo de dudas, quería correr, quería escapar, no estaba segura si de verdad quería decir el sí, y justo cuando iba caminando en esa alfombra roja, con ese olor penetrante de rosas blancas no podía dejar de verlo, y ahí supe que quizá todo saldría bien. Apenas me casé, el bebé se aferró a la vida, cuando nació, sin mentir y sin ser mamá cuervo, esa bebé era preciosísima, midio 59 cm, pesó 3,450 kg, tenía cabello hermoso, pestañas enormes y la doctora dijo, «no se ve como recién nacida, parece que tuviera como una semana».
Dos años después, supe que estaba embarazada de nuevo, me cayó de sorpresa porque tenía el dispositivo, fui al doctor y dijo que debía extremar cuidados, dos semanas más tarde, el sangrado se hizo presente, era un jueves, estaba sola con la bebé, me acosté y esperé a que llegara mi pareja, por fin llegó, las circunstancias o no recuerdo qué, hicieron que llegara mucho más tarde de lo previsto, fuimos al doctor, después de las pruebas médicas, la doctora dijo, «el producto ya está muerto, debo practicarle un legrado o se enfrentará a una grave infección». Esa noticia se siente como una losa en el pecho, no te deja respirar, empecé a pensar, «y si hubiera venido antes, y si no hubiera cargado a la bebé, y si no hubiera barrido o trapeado o lavado» yo sabía que debía cuidarme y no lo hice tal cual, ahora tenía un bebé muerto dentro de mí, mi pareja dio el sí y me pasaron a un cubículo donde me practicaron el legrado, recuerdo que después de que me anestesiaron, el padre de mi hija sostenía mi mano y yo le decía «por favor, dime que no fue mi culpa», no recuerdo o no supe lo que me contestó o si me contestó. Me fui a casa y a nadie se le dijo, nunca nadie supo que yo estaba embarazada y no había por qué avisarles. Solita pasé el duelo. Después lo bloqueé, como todos mis dolores más extremos.
Tiempo después decidí que ya era tiempo de darle un hermano a mi hija, todo salió muy bien, un niño de 54 cm y 3,400 kg. Ya tenía la parejita, no quería más. Pedí operarme, pero oh, no contaba con el machismo y que las mujeres en este siglo siguen sin poder tomar decisiones, para cuando desperté en mi habitación me enteré que como mi pareja no había firmado la responsiva de mi operación, pues la clínica no quiso lidiar con supuestas demandas futuras y no me operaron. Lloré mucho, me sentí traicionada y decidí que aún sin operarme, no tendría más hijos y así lo externé.
Años posteriores a ese episodio, estaba embarazada… ¡de nuevo! ¡Pero Dios, ¿por qué?! Tenía el diu y usaba preservativo, a ver, ¿cómo había pasado? ¡carajo! Cómo podía estar en cinta si estaba en la recta final de una relación. En fin, fue un embarazo complicadísimo, desprendimiento de placenta, anemia, bajaba de peso de manera muy alarmante en vez de aumentar, sangrados constantes, ascos, vómitos, pero ese bebé es el más valiente que conozco, se aferró y se aferró hasta el final, fue un parto prematuro, de ocho meses, fue cuando me enteré que los ochomesinos son más riesgosos que los sietemesinos. Recuerdo que cuando llegué a la clínica, a una diferente a la del anterior bebé, le reiteré a mi ginecólogo, como en cada consulta, que quería operarme, nació el bebé, 57 cm y 2,350 kg, un bebé demasiado flaquito en comparación de sus hermanos, no me lo dieron, lo llevaron a la incubadora, una semana ahí hasta que maduraran por completo sus pulmones y un año de visitas al ortopedista porque nació con una displasia en la cadera. Al menos sí me operaron, aunque el padre se rehusó a la firmada, el doctor y yo ya habíamos hecho trato.
Luego y como suele suceder, el pasado nos alcanza, mi hermana se embarazó y fue con aquella doctora que me hizo el legrado, le dijeron lo mismo, el producto muerto y que era urgente el legrado, siete mil pesos costaba, mi hermana no llevaba el dinero y se fue a una clínica de gobierno, ahí le dijeron que el bebé estaba bien y el embarazo llegó a su feliz término, creo que fue cuando me regresó el dolor de haber perdido uno, «y si mi bebé también estaba vivo y esa doctora solo quería sacar dinero» pasé muchas lunas con esa idea en la cabeza, el costalito de los bloqueos mentales un día se llenó y terminé en terapia. Entendí y acepté mis dolores y traté de remediarlos, sanarlos, afrontarlos y/o sepultarlos en el pasado donde tenían que estar.
Qué cruentas batallas libré conmigo misma, y cuando ya ni las recordaba a pesar de tanta sal derramada, se pone en boga el tema del aborto, emergen del cementerio del olvido, esos recuerdos. Dejen a las mujeres decidir.
En un mundo gobernado y orquestado por hombres, mínimo déjenle a la mujer la autonomía de su cuerpo, el derecho a elegir. Legalizar el aborto no hará que todas quieran hacerlo, legalizarlo, salvará muchas vidas al poder hacerlo de manera segura.
Yo quise abortar y después elegí tener a mi hija. No quise abortar y terminé perdiendo un bebé. Quise no tener más hijos y terminé teniendo un tercero.
Por un mundo en el que las mujeres tengan todo el derecho de decidir sobre su cuerpo sin terminar en la cárcel o peor aún, en el camposanto. Amén.
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