Julio 31, 2019.

Ya se nos fue el Anco, pinche wey, apenas había llegado a los 51 cuando se nos rajó.

Cada persona es una historia, unas más cortas que otras, algunas más interesantes y otras que ni valen tanto la pena compartir, esta es una de ellas, la escribo pensando que aunque quizás nadie la lea, quiero dejar constancia que existió.

Ángel Oropeza Zamora nació allá en los «Yunaites», pero desde que la Bella se lo trajo pa’l pueblo, jamás volvió a tocar tierras gabachas.

Yo nunca lo vi trabajar, jamás hizo patrimonio y mucho menos se casó, feo no era, solo era huevón; ibas a su casa a la una de la tarde y estaba dormido, había que rogarle para que limpiara las patas para el consomé. Tenía unos puercos, y cada que vendía uno, se iba de putas. Nunca se bañaba y casi siempre apestaba, flojo hasta para la bañada. También raspaba, iniciaba una tanda y la pobre Bella era la que la terminaba, ay esa mujer, toda la vida lo mimó, cuando la Chely, (su otra hija) se la quería llevar pa’l otro lado, ella exclamaba «cómo creen que voy a dejar a mi Angelito, seguro se me muere». Y quién lo diría, fue ella quien ayer le tuvo que decir adiós.

Cuentan que sí llegó a trabajar, allá con los barbacolleros, pero la flojera siempre se adueñó de él. Era muy borracho y muy fan de andar de putero y putero, quizá fue feliz a su manera, quizá seguir los cánones marcados del, naces, creces, te reproduces y mueres a él no’más no se le dieron. ‘Tuvo bien cabrón todo, sus últimos años los pasó detrás de su madre, Bella tiene sus setenta y varios años y sin embargo, todas las mañanas se iba a la tanda y se traía su leña de regreso. Ella con el garrafón y la carga de leña en la espalda y él detrás de ella con el raspador.

Pasó mes y medio en el hospital encamado, la diabetes y la insuficiencia renal se lo terminaron por chingar; la Bella lo cuidó hasta que éste se rindió.

Ni pedo Anco, te nos adelantaste, siempre querías descansar y ahora lo harás para siempre. Ayer te fuimos a sembrar, te convino ser Zamora o de pueblo, hasta banda de despedida tuviste y ya todos se anotaron para los rosarios. Descansa en paz Ángel, no te lleves pronto a tu mamá.

Enero 13, 2019.

Hasta hace poco aún podía presumir que tenía la suerte de no haber perdido a alguien muy cercano, la cosa esta cambiando, estoy envejeciendo y mis amigos y familiares también. Llevo meses de velorio en velorio, sepelio tras sepelio y rosario tras rosario; traigo el corazón apachurrado y empiezo a notar que esta floreciendo un miedo a lo inevitable.

Este año ya llevo dos despedidas, la de ayer me tiene entre triste y enojada, la anterior muy sorprendida. Les cuento, el cuatro de enero me enteré que murió Feliza, hija de Queta, Queta lleva enferma varios meses y esta en recuperación constante, cuando vi movimiento en casa de ésta, me pensé «Ay Queta, ya te adelantaste», pero no, la sorpresa fue que la que se nos adelantó fue Feliza de escasos 50 años y sin completarse los nueve días, Elena decidió alcanzarla, tenía sesenta y algo de años, joven, no tanto como Feliza, pero era muy activa y se veía muy fuerte, ella me enseñó el amor por caminar, hará unos diez años que me invitó a, nos íbamos todos los días a las seis de la mañana y regresábamos pasadas las siete, íbamos hasta la presa y a veces sí apretábamos el paso, llegábamos hasta las joyas; no sé cuántos kilómetros sean, lo que sí sé es que caminaba muy rápido porque fue chivera (cuidaba chivos y estos suelen escaparse y hay que ir detrás de ellos para evitar que se pierdan). Más de un año caminamos juntas y de ahí nos hicimos amigas. Hay cierto placer en tener amistades mayores, se habla de lo mismo pero con diferente perspectiva, es una retroalimentación interesante y hasta cierto punto, educativa. Éramos vecinas, ella pasaba por mí y nos íbamos rumbo al cerro. Elena ya no está, murió ayer a las tres y media de la tarde, estuvo dos meses enferma y se tenía previsto operarla de un tumor en el riñón, lo malo fue que sus enfermedades impidieron la cirugía, se trató de estabilizarla para poder intervenir, sin embargo, los últimos estudios arrojaron que ya nada se podía hacer, que era mejor llevarla a casa para su comodidad y esperar su bien morir, y así fue, Elena estuvo en su hogar, pidió la presencia del sacerdote y pudo despedirse de sus hijos, hoy la sembraremos.

Que por qué estoy enojada, porque esta mujer siempre fue una persona activa y sana, no bebía ni fumaba, caminaba diario, hacia sus tortillas porque no le gustaban las de la tortillería, como iba al cerro, cortaba nopales, romeros, quelites; su esposo sembraba maíz, frijol, haba; cuidaba sus propios animales, sana y fuerte siempre, mas cuando se trata de morir, solo se necesita estar vivo.  Ella se fue y yo estoy triste, triste porque pienso en Don Mario que se va a quedar solito en su casa, allá en la punta del cerro; triste porque estaba muy chava, porque nunca entenderé el juicio de la muerte y porque sé que esto de ir diciendo adiós para siempre se empieza a hacer muy real.

Hoy la llevaremos al campo santo; las tradiciones y costumbres de un pueblo, son sus cimientos y en éste, el lugar donde vivo, son poderosos, hechos por la hermandad de sus habitantes, desde ayer que se corrió la noticia de que estaba a punto de morir, la gente empezó a llegar y traer despensa, flores, desechable, etc. Los que llegaban comenzaron a escombrar donde se iba a velar y el patio, se acarreó leña y se pusieron tlecuiles, uno para café, otro para el té y otros para empezar a cocinar y tener comida lista para los que gustaran acompañar. Se pidieron las lonas, sillas y mesas, alguien fue por los estandartes a la iglesia y a avisar a los campaneros, otros fueron por el doctor para iniciar los trámites y de ahí se pasaron con los delegados a dar parte y pedir el pedazo de panteón que se le iba a asignar, toda una red de trabajo, un hijo y compañía fueron a la funeraria para lo de la caja, se consiguió la rama de olivo y la vara con espinas, el ramo de palma, el listón negro y demás. Elena murió a las 3.30pm y para las 7.00pm, ya estaba todo listo para velarla y ofrecer pan y café a todos.

Hoy no fue distinto, desde las siete de la mañana nos pusimos a trabajar, al panteón llegan varios amigos y empiezan a rascar, las cocineras nos ponemos en acción para dar de desayunar a los hombres y para mandar al cementerio comida para los que allá están, esta vez nos hicimos 25kg de arroz y dos enormes cazuelas de charales en chile verde con nopales, dos botes de frijoles y dos tambos de agua de guayaba, la amistad que nace en una cocina es incomparable, no hay incomodidad alguna, el mando es tácito, se sabe quien esta a cargo y no debes preguntar, las medidas son «ahí tú calcúlale, lo que Dios te de licencia, o en nombre sea de Dios», no se pierde el tiempo preguntando qué se va a hacer o qué se necesita, buscas un punto ciego y ahí te pones, quehacer hay por montones, limpiar nopales, pelar papas, moler jitomate, tomate, guayabas, repartir te, lavar trastes, levantar sillas, acomodar mesas, infinidad de cosas y todas ayudamos. Es muy hermoso ver tanto cariño aunque sea por razones tristes.

Sé que las despedidas se harán más presentes y que jamás estaré preparada, pero también sé que ahí estaré para ayudar y cuando me toque a mí, ellos, ellas, todos, estarán para ayudar a mis propios.

Hoy despediremos a Elena y la banda esta a punto de llegar, siempre nos quedará todo lo bueno que ella dejó a su paso. Adiós Elena, gracias. Ten buen camino.

Julio 2, 2018.

Que nunca dudaras que te quería, era parte de mi amor por ti. Estar contigo siempre, aunque no estuviéramos tocándonos, era parte de mi amor por ti. Decirte que te amaba cada que mi corazón latía emocionado por nuestras conversaciones, era parte de mi amor por ti. Tratar de no tomarme a pecho tus desplantes e indiferencias, era parte de mi amor por ti. Mimarte, quererte, soñarte, pensarte y preocuparme porque estuvieras bien, era parte de mi amor por ti.

Pero tú solo me amabas y ya. Yo debía saberlo, yo debía suponerlo, yo debía creerlo. Y digo debía, porque jamás me lo decías, jamás me lo hacías saber. De hecho, parecía que te esforzabas en ser indiferente.

Yo tenía que entender y saber que porque tú eras así, yo no debía pedir. 

Me cansé amor, creo que en sí, fue mi corazón y mi maltrecho ego el que se rindió. Perdóname por ser así, perdóname por creer que debo pedirte perdón, por necesitar un poco más de tu atención. 

Sí, ya sé que me amas, que me das todo lo que puedes, pero corazón, acaso de verdad jamás entendiste que yo quería que quisieras darme más. También sé que esto es un amor egoísta mas no lo puedo evitar. 

Que por qué ahora pido lo que antes no, pues porque antes me lo dabas sin tener que pedirlo. No había necesidad de, llegabas y mi mundo iluminabas, te ibas y no había hueco en mi interior, me habías llenado de tanto que mi ser podía sentir que no importaba cuanto te tardaras, yp sabía que siempre ibas a volver. Ahora cuando llegas, mi corazón está a la espera de que quizá esta vez sí, y cuando te vas, mi pechito siente que tal vez no habrás de regresar. Paso tus ausencias buscando cachitos de recuerdos llamados felicidad, de esa felicidad que juntos construimos y que ahora no sé cómo fue que se empezó a derrumbar. 

Tampoco sé si todo este tiempo que he tratado de acortar esta distancia que mis porqués y tus no ses han hecho, ha servido de algo, quizá tú no lo ves, quizá tú no la sientes, pero entonces, tal vez yo soy la que estoy mal porque yo ya no te siento. 

Ya no te siento. Ya no. Perdóname por rendirme, perdóname por ya no saber qué hacer. 

Junio 15, 2018.

Una vez quise abortar, tenía 18 años, había dejado de estudiar porque ya no me alcanzaba, estaba pasando por un momento bien pendejo en mis decisiones, de hecho, no solo había dejado la escuela, sino que también me había comprometido dos meses antes, supe perfectamente el día que me embaracé, recuerdo con risa que en pleno acto, levanté una plegaria que decía algo como «no me la vayas a aplicar Diosito» jajajá, como si Dios cumpliera caprichos.

Me embaracé un 6 de enero, para finales de ese mismo mes ya sabía que estaba embarazada, jamás se me había atrasado el periodo, ya lo sabía, pero quería creer que no podía estarme pasando esto. A mí, la que no quería hijos, a mí, qué estaba haciendo, qué me estaba pasando, ya suficiente lío tenía con lo del compromiso, estaba yo pensando en zafarme y ahora un bebé, diablos, qué clase de destino me estaba forjando. Qué clase de tarada era por no haberme cuidado. Lloré, lloré y lloré.

Esperé una semana y nada, me hice la prueba solo para confirmar lo que ya sabía, cuando avisé, todos estaban contentos, al cabo ya me iba a casar. Mi mente no lo aceptaba todavía, hice la propuesta, la aceptaron, fuimos al doctor, expliqué lo que quería, el médico fue tajante, él no hacía esas cosas a ningún precio, pero podía darme el teléfono de quien sí. Tomé el papel con el número y lo metí apretándolo muy fuerte en mi bolsillo. Salí de ahí muy avergonzada por la mirada de juicio de aquel hombre con bata blanca.

Recuerdo que era miércoles y mi pareja estaría ocupada, jueves, viernes y sábado, quedamos pues de ir el siguiente lunes a solucionar el asunto. Ja, yo le llamaba asunto y él, bebé. No puedo recordar muy bien porqué ya no fuimos ese lunes, ni otro, no recuerdo por qué decidí seguir con el embarazo y el compromiso. 

Pasó febrero y para mediados de marzo, un día al levantarme e ir al baño, empecé a sangrar, me asusté, le dije a mi hermana, fuimos al hospital, después del ultrasonido me dijeron que tenía un leve desprendimiento de placenta, y que debía guardar reposo, pasé días sin hacer esfuerzos y aún así seguía sangrando. Con la educación que siempre recibí, en mi interior me culpaba y me decía que Dios me estaba castigando por haber querido deshacerme del bebé, nuevamente al doctor, ésta vez me dijeron que el reposo sería absoluto. Pasé los siguientes dos meses literalmente acostada, baños de esponja, usando el cómodo. La fecha de la boda de acercaba y este bebé apenas se aferraba a mí. Yo que para ese entonces, el miedo ya se había apoderado de mí y las dificultades del embarazo empezaban a hacer mella en mi salud, ya no sabía ni qué pensar o qué quería. Cualquiera dice que le encanta dormir y ver televisión todo el día, pero pasar dos meses así, y sintiendo que las noches duran enternidades, no es tan agradable que a nadie se lo desearía. Todos los trámites de la boda los hicieron los demás, de las invitaciones, planeación y decisiones, solo fui informada. Una semana antes de la boda, fui otra vez al chequeo médico y este dijo que no podía casarme, que debía mantenerme en cama todavía, propuse aplazar la boda, todos se opusieron, cambiamos de doctor y aunque con reservas, éste sí aceptó. Compré mi vestido un miércoles y me casé al siguiente sábado, con unos zapatos horribles y sin conocer al 80% de las personas. La fiesta de mi boda, no la recuerdo, mas lo que sí quedó grabado en mi memoria, fue el momento que entré a la iglesia y ver a mi pareja esperándome del otro lado con unos ojos tan claros y resplandecientes, yo era un cúmulo de dudas, quería correr, quería escapar, no estaba segura si de verdad quería decir el sí, y justo cuando iba caminando en esa alfombra roja, con ese olor penetrante de rosas blancas no podía dejar de verlo, y ahí supe que quizá todo saldría bien. Apenas me casé, el bebé se aferró a la vida, cuando nació, sin mentir y sin ser mamá cuervo, esa bebé era preciosísima, midio 59 cm, pesó 3,450 kg, tenía cabello hermoso, pestañas enormes y la doctora dijo, «no se ve como recién nacida, parece que tuviera como una semana».

Dos años después, supe que estaba embarazada de nuevo, me cayó de sorpresa porque tenía el dispositivo, fui al doctor y dijo que debía extremar cuidados, dos semanas más tarde, el sangrado se hizo presente, era un jueves, estaba sola con la bebé, me acosté y esperé a que llegara mi pareja, por fin llegó, las circunstancias o no recuerdo qué, hicieron que llegara mucho más tarde de lo previsto, fuimos al doctor, después de las pruebas médicas, la doctora dijo, «el producto ya está muerto, debo practicarle un legrado o se enfrentará a una grave infección». Esa noticia se siente como una losa en el pecho, no te deja respirar, empecé a pensar, «y si hubiera venido antes, y si no hubiera cargado a la bebé, y si no hubiera barrido o trapeado o lavado» yo sabía que debía cuidarme y no lo hice tal cual, ahora tenía un bebé muerto dentro de mí, mi pareja dio el sí y me pasaron a un cubículo donde me practicaron el legrado, recuerdo que después de que me anestesiaron, el padre de mi hija sostenía mi mano y yo le decía «por favor, dime que no fue mi culpa», no recuerdo o no supe lo que me contestó o si me contestó. Me fui a casa y a nadie se le dijo, nunca nadie supo que yo estaba embarazada y no había por qué avisarles. Solita pasé el duelo. Después lo bloqueé, como todos mis dolores más extremos.

Tiempo después decidí que ya era tiempo de darle un hermano a mi hija, todo salió muy bien, un niño de 54 cm y 3,400 kg. Ya tenía la parejita, no quería más. Pedí operarme, pero oh, no contaba con el machismo y que las mujeres en este siglo siguen sin poder tomar decisiones, para cuando desperté en mi habitación me enteré que como mi pareja no había firmado la responsiva de mi operación, pues la clínica no quiso lidiar con supuestas demandas futuras y no me operaron. Lloré mucho, me sentí traicionada y decidí que aún sin operarme, no tendría más hijos y así lo externé.

Años posteriores a ese episodio, estaba embarazada… ¡de nuevo! ¡Pero Dios, ¿por qué?! Tenía el diu y usaba preservativo, a ver, ¿cómo había pasado? ¡carajo! Cómo podía estar en cinta si estaba en la recta final de una relación. En fin, fue un embarazo complicadísimo, desprendimiento de placenta, anemia, bajaba de peso de manera muy alarmante en vez de aumentar, sangrados constantes, ascos, vómitos, pero ese bebé es el más valiente que conozco, se aferró y se aferró hasta el final, fue un parto prematuro, de ocho meses, fue cuando me enteré que los ochomesinos son más riesgosos que los sietemesinos.  Recuerdo que cuando llegué a la clínica, a una diferente a la del anterior bebé, le reiteré a mi ginecólogo, como en cada consulta, que quería operarme, nació el bebé, 57 cm y 2,350 kg, un bebé demasiado flaquito en comparación de sus hermanos, no me lo dieron, lo llevaron a la incubadora, una semana ahí hasta que maduraran por completo sus pulmones y un año de visitas al ortopedista porque nació con una displasia en la cadera. Al menos sí me operaron, aunque el padre se rehusó a la firmada, el doctor y yo ya habíamos hecho trato.

Luego y como suele suceder, el pasado nos alcanza, mi hermana se embarazó y fue con aquella doctora que me hizo el legrado, le dijeron lo mismo, el producto muerto y que era urgente el legrado, siete mil pesos costaba, mi hermana no llevaba el dinero y se fue a una clínica de gobierno, ahí le dijeron que el bebé estaba bien y el embarazo llegó a su feliz término, creo que fue cuando me regresó el dolor de haber perdido uno, «y si mi bebé también estaba vivo y esa doctora solo quería sacar dinero» pasé muchas lunas con esa idea en la cabeza, el costalito de los bloqueos mentales un día se llenó y terminé en terapia. Entendí y acepté mis dolores y traté de remediarlos, sanarlos, afrontarlos y/o sepultarlos en el pasado donde tenían que estar.

Qué cruentas batallas libré conmigo misma, y cuando ya ni las recordaba a pesar de tanta sal derramada, se pone en boga el tema del aborto, emergen del cementerio del olvido, esos recuerdos. Dejen a las mujeres decidir.

En un mundo gobernado y orquestado por hombres, mínimo déjenle a la mujer la autonomía de su cuerpo, el derecho a elegir. Legalizar el aborto no hará que todas quieran hacerlo,  legalizarlo, salvará muchas vidas al poder hacerlo de manera segura. 

Yo quise abortar y después elegí tener a mi hija. No quise abortar y terminé perdiendo un bebé. Quise no tener más hijos y terminé teniendo un tercero. 

Por un mundo en el que las mujeres tengan todo el derecho de decidir sobre su cuerpo sin terminar en la cárcel o peor aún, en el camposanto. Amén.

Mayo 9, 2018.

Qué importa si es de noche o de día

si hace frío o llovizna

si el sol está en todo su esplendor

o un par de nubes tapan su fulgor.


Y es que hay lugares que son atemporales

y por lugares me refiero a encuentros,

a abrazos, besos o caricias que curan los males,

a palabras y miradas que en el pecho se quedan muy adentro,

a miradas inquietantes y corazones palpitantes.


Porque hay espacios que no saben de horas

como el que nos envuelve entre olas.

entre te quieros y te amos

entre promesas no dichas y orgasmos

entre sonrisas de holas.


Y a pesar que siempre somos

pocas veces estamos

pero cuando estamos somos todo

somos el silencio y la mirada

somos la respiracion acompasada

somos el gemido, el sudor y el delirio

somos lo que medio mundo imagina

somos ese amor que dignifica.


Eres fuerza, rudeza y proesa

eres verso, estrofa y prosa

eres inspiración cada vez que me tocas.


Y cuando el tiempo se hace presente

cuando de repente aparece lo prudente

tú y yo ya nos hemos dado todo,

hemos hecho el amor hasta el cansancio

nos hemos besado, acariciado y derrumbado.


Hemos hecho el amor con furia

con pasión, ternura y lujuria,

con paciencia, prisa y complacencia.


Hemos hecho del amor, pretexto

causa, motivo y efecto.


Y podría seguir diciendo una y mil veces más

que entre más te beso, más te amo

y entre más te amo, más te deseo

y que entre más te deseo, pareciera que más neceo.


Pero dime corazón mío, si no hubiese sido por mi necedad, ¿acaso seríamos?

Te quiero, te extraño, te admiro y te adoro.

Febrero 24, 2018.

Casi nací en un camión de carga, mi hermana de 10 años en ese entonces salió de noche a buscar un taxi para llevar a mi madre parturienta al hospital, la anécdota dice que como ya estaba oscuro Ana le pidió a Andrea (mi otra hermana de cinco años en ese entonces) que la acompañara y ésta muy cabrona le dijo que sí pero si la llevaba de caballito; Ana que siempre ha sido buena aceptó y ambas salieron a buscar transporte sin éxito. Al final mi madre tuvo que caminar hasta la avenida y como ya era muy tarde, lo único que encontró fue un camión de carga.

Desde que recuerdo, el pensamiento de mi muerte siempre me ha rondado, no es que de verdad me quiera morir, pero sí a cada rato pensaba en eso, tres veces supe cómo iba a morir, fueron tres veces que yo sentía a la muerte cerca muy cerca de mí, como aguardando para dar el guadañazo definitivo. 

Cuando era muy niña supe por primera vez cómo iba a morir, sabía que algún día entraría un maleante y nos mataría a todos porque los vidrios de la ventana semanas antes habían sido rotos por un borracho y nos llevamos el sustazo de la vida, pero no, el maleante nunca llegó y olvidé esa muerte.

Era miércoles, seis de la mañana, nos fuimos a sacar ficha para el doctor, ya habíamos ido la semana pasada y que tenía colitis, pero el domingo moría del dolor y mi madre regañaba a Ana de que no tomaba mi medicamente -Ya tiene doce mamá, ya debe saber que si no se toma la medicina no se va a curar, dijo mi hermana, el lunes por la mañana tenía examen y me fui a la secundaria pero antes de salir vomité amarillo y amargo, ya no dije nada y partí a la escuela, el martes por igual, solo fui a presentar examen y regresé a tumbarme a la cama con un intenso dolor abdominal, por eso el miércoles de nuevo estábamos yéndonos hacia la clínica, al llegar me hicieron los famosos estudios y llamaron a la ambulancia, nuevamente Ana fue la encargada de todo hasta que mamá doce horas después llegó, el apéndice se había reventado, me llevaron de urgencias a otro hospital y aún cuando hablamos de ese día, mi hermana me sigue dando un zape porque recuerda que todavía bajé brincando de la ambulancia y le digo, pues es que ya no me dolía. Varias horas de quirófano y dos meses después, salí del hospital. Yo siempre supe que esa vez no iba a morir. Y no lo hice, obvio.

Para cuando mi adolescencia hizo su entrada triunfal y se había adueñado de mi cerebro pueril, fue entonces que supe por segunda vez cómo iba a morir, sabía que mi muerte sería de noche, terminaría estrangulada y abandonada en un baldío. Tuve mucha suerte y ni idea de cómo sobreviví a esa época, apenas recordé que alguna vez tomé una caja de somníferos y que el lavado de estómago es dolorosísimo. Pero no, tampoco morí. No morí como cada noche imaginaba, no morí por las Nytol que ingerí, no morí por tanto alcohol que bebi ni por las malas decisiones que a la par tomé. No morí.

Cuando fui madre algo en mí cambió, claro, después de la terrible depresión postparto que hacia querer que se llevaran a ese bebé y me dejaran morir en paz, no hubo medicamento que me ayudara, fue un acto de comprensión de mí para mí, tenía que entender que ya no era solo yo, que si moría seria algo muy egoísta de mi parte y siempre me vanaglorié de no serlo, así que mi percepción de la muerte cambió, alguna vez y por razones curiosas hasta defendí a ese bebé de lo que yo creí era la muerte, en fin, la maternidad anestesió esos pensamientos.

Para cuando cumplí 30 los pensamientos mortíferos regresaron, la tercera vez que supe cómo iba a morir, esta vez estaba segura que mi muerte vendría en forma de un balazo después de recibir tamaña golpiza, ese pensamiento duró como tres años, al final ya no recuerdo cómo se fue. La muerte esta en todos lados, habita donde tú habitas, se mueve por donde tú te mueves y duerme al lado tuyo, de eso hay que estar consciente, pero dejé de temerle, empecé a aceptar que cuando ella asi lo decida me llevará o se llevará a quienes más quiero y que es mejor disfrutar de ellos hoy y no sufrirles después. 

Tengo 35 años, he vivido 35 vueltas al sol, podría decir que estoy a la mitad de mi vida y estoy atorada, me adelanté en muchas cosas y dejé de vivir algunas, ya no quiero vivir lo que no viví en su tiempo, y estoy atorada porque ya me di cuenta que podría hacer más, mucho más y no sé por dónde empezar, quiero sentirme orgullosa de mí, más de lo que ya lo estoy, siento que el mundo exige que seas más y mejor de lo que eres a diario, que si es agobiante, lo es, pero si me quedo aquí quietecita de todos modos la muerte vendrá y me llevará.

Ya tuve al hijo, ya planté el árbol y no quiero escribir el libro, quiero vivir el libro, quiero que me leas uno mientras las yemas de tus dedos pasean por mi trasero. No quiero parecer un fracaso, no quiero sentirme así, pero siento que luzco tal cual al decir que por ahora estoy contenta con lo que soy y no quiero nada más. 

Me ha costado demasiado aceptar que aunque egoísta, narcisista, intolerante, grosera, culera, perfeccionista, miedosa, procrastinadora, envidiosa, valemadrista y demás peyorativos que se acumulen, hay quienes me quieren y no necesitan motivos para quedarse a mi lado. Justo ahora me gustaría que la vida así se quedara, llevo 35 años de cambios, acomodándome, acoplándome, sintiendo que no pertenezco, sabiendo que no soy yo la que dice que sí y sí serlo cuando le duele no haber podido decir no. Justo ahora quisiera que la vida se quedara así. Que si bien la muerte sigue rondando, yo ya no le pienso, que si hay que disfrutar la vida al máximo, yo ya acepté a vivirla despacito, que si todos avanzan, ya no me exijo ir a su par. Encontré mi ritmo y no quiero perderlo. 

En estos 35 inviernos, he estado en hospitales, clínicas, panteones, velorios, presenciado accidentes, dando pésames, abrazando a sobrevivientes, enterrando a parientes, amigos y vecinos, rezándoles y no, no me he acostumbrado a ese dolor que deja la súbita partida de alguien que ha pasado por mi vida. Ana, mi hermana, hace dos años estuvo a punto de sufrir un derrame cerebral y hace un par de semanas un infarto. Tiene 45, es hermosa y joven y a la par de estos sucesos me digo, tranquila, vive, siente, acepta, ama, perdona, recuerda, olvida, baila, grita, llora, habla, hazte escuchar, abraza, camina, corre, haz todo lo que quieras o puedas hacer y un poquito más, canta, baila, ríe, sueña, imagina, vuelve a reír y dile lo que sientes a los que sientes.

Son 35 y me gusta esto de vivir despacito sin estar pensando cómo voy a morir, tengo 35 y me gusta amar despacito pero con ritmo, besarte hasta el infinito, mirarte, tocarte y dejarme mirar y tocar, que beses mis mejillas y mis arrugas, que huelas mi cabello y mires mis canas, que sientas mi piel y que no reparemos en el paso de los años que mi cuerpo ha sufrido.

Tres veces supe cómo iba a morir y no morí.

Enero 28, 2018.

Me gusta fumar cuando quiero no cuando lo necesito, cuando creo necesitar de un cigarro, aguardo, inhalo y me convenzo que puede esperar, pero si llega la tarde y empiezan a tintarse de negras las nubes, y el viento me dice que debería estar junto a ti, salgo a ver despuntar la noche y la acompaño con un cigarro. 

Qué si es un vicio, sí. Que si puedo dejarlo, podría pero no quiero (primer señal que recalca que sí es un vicio). Todos tenemos vicios y como tales, los defendemos a capa y espada, que si esto que si lo otro. Mucho tiempo llevo avergonzándome de fumar y sin embargo no he dejado de hacerlo.

El cigarro es mi amigo y quizá es mi relación más estable, me acompaña en mi día a día, en mis noches de soledad y en mis momentos de desespero y de alegría. Que me está matando, claro que sí, pero si somos sinceros, qué no nos mata. 

Justo hace unos momentos pensaba que me había secado, que no tenía ganas ni inspiración para volver por aquí, y eso no fue por el cigarro, fue gracias al amor. El amor que llevo sintiendo desde hace años me ha ido secando en vez de hacerme florecer, cada tropiezo en esta relación me ha llevado a escribir y fue así como el último bache me llevó a escribir tanto que creí que no lo haría de nuevo, y heme aquí, con cigarro en mano, texteando estas letras.

Mi amigo, mi vicio, mi compañía. Aquí estamos ambos escribiendo lo que no sabemos que pasará, transformando en letras este sentimiento de ya ni siquiera imaginar si hay un futuro para este amor que se ha ido acabando mi inspiración e ilusión.

Él no me ha dejado nunca, tú ya, varias veces. Y así como he vuelto a ti en incontables ocasiones asimismo he regresado a fumar una y otra vez. Quizá el cigarro me mate, quizá yo, quizá tú. Tal vez algún día todos nos vayamos de todos y este espacio se difuminará, al igual que el humo del tabaco, que la inspiración que me trajo hasta aquí, que tu amor por mí o las ganas de siempre esperar a que me vuelvas a escribir.

Diciembre 4, 2017.

Quisiera decir que espero que estés bien, pero eso yo ya lo sé, sé que lo estarás, -dentro de lo que cabe-, porque sé que seguirás comiendo a deshoras y durmiendo mal, sé que seguirás con ese desastre que es tu vida y que no harás nada al respecto porque no lo ves así, crees que estas bien. Incluso sé que puedes creer que estarás mejor sin mí y quizá así será.

Quisiera decir que espero que estés bien, pero de sobra sé que no será así, sé que seguirás en tu mundo de silencio, enojado conmigo, contigo, con el mundo y nuevamente contigo, enojado porque aunque en tu mente sepas porqué, sabes que traduciéndolo a palabras, no tiene sentido. Seguirás enojado y hasta deseo que sigas así, enojado; porque al desaparecer el enojo te llegará la tristeza y no sabrás qué hacer con ella.

Quisiera decir que espero que estés bien pero sé que no será así, quizá tu dentadura lo esté pero tú quién sabe, después de estos tres años, a quién le morderás suavemente los hombros, el labio inferior al término de cada beso. A quién.

Quisiera decir que espero que estés bien, pero sé que no será así, es época de frío, se te resecarán las manos y los pellejos acudirán al contorno de tus uñas y no harás nada al respecto, porque a nadie tocarás. Porque no tendrás a quien acariciar hasta que te duelan las manos y nadie te dirá que uses crema.

Quisiera decir que espero que estés bien, pero sé que no será así, sé que cambiaste mucho y que fuiste feliz, lo sé porque yo estuve ahí, yo te vi, vi como tu sonrisa se encendía con solo verme y tu mirada brillaba al recorrer mi silueta, estuve ahí cuando decidiste que sí, que yo podría ser una buena idea, pero también sé que nada importó cuando decidiste alejarte.

Quisiera decir que espero que estés bien, pero sé que no será así. No por ahora, por ahora estarás ocupando tu mente con trabajo, deseando terminar extenuado cada noche para no pensar en mí, pero yo vida mía lo sé, sé que no estarás bien, no por ahora, no mientras me recuerdes y me ames.

No corazón, no estarás bien y eso es lo que me duele a rabiar. Si al menos yo supiera que lo estarás, yo lo estaría. Pero sé que miento al decir que espero lo mejor para ti, porque yo amor mío, yo era lo mejor para ti y tú lo sabes.

Noviembre 13, 2017.

Hola.

Yo quisiera decirle que no tengo nada qué decirle y que estamos en paz, pero no es cierto. Lo que sí lo es, es que ya quiero dejar de cargar este costal.

Hay harta cosa que quiero preguntarle, pero créame, a estas alturas no vaya usted a creer que es reclamo, son dudas existenciales, allá usted si me las reponde o no, yo solo quiero soltar.

¿Qué se siente? ¿Qué se siente no’más no volver, qué se siente dejar de ser, dejar atras? ¿De verdad se avanza? 

Ni quiero saber los porqués, porque seguramente habrá un reflejo de justificación que no estoy dispuesta a creer. Déjeme decirle que me debe mucho, yo no tengo recuerdos suyos. No tengo el clásico recuerdo de usted llevándome a dormir, ni de usted ayudándome a la tarea o regañándome por haber llegado tarde o sacado una mala nota. No tengo nada de usted; no, de hecho tengo un mundo de ausencias e ilusiones perdidas.

Padre, no tiene idea de cuánta falta me hizo, me hizo falta en la escuela, me hizo falta en la casa, me hizo falta en las noches, me hizo falta en cada golpe que la vida me daba sabiendo muy bien que nadie me iba a defender. ¿Dónde estaba usted cuando me lastimaron? ¿Qué hacía usted mientras yo lloraba porque me calaba su ausencia?

Cuando usted comía, ¿se acordaba de sus hijitos? Cuando se iba a la cama ¿pensaba u oraba por nosotros? Cuando usted era feliz y se carcajeaba con sus hijos mayores ¿acaso se preguntaba por los menores? Dígame que es feliz y que valió la pena dejarnos atrás, dígame que no se arrepiente, por favor padre, dígame que en 30 años logró borrarnos de su corazón.  Deseo que sí, deseo que aunque yo literalmente me dormía llorando por usted, usted podía dormir plácidamente sin pensar que nos había dejado con ella.

Tengo que decirle y aclararle de nuevo que esto no es reclamo y que me hago responsable de mis decisiones como adulta, pero qué hay de aquellas que los demás hicieron por nosotros, qué hay de su falta de amor y compromiso, puedo entender perfecto que haya dejado de quererla, es más, podría estar segura que nunca la quiso, pero vaya, tuvo que hacer cuatro hijos para darse cuenta que lo suyo no era cuidar de nosotros. Usted tuvo opción, podía haberse quedado y decidió irse, ni siquiera recuerdo que se haya despedido de nosotros, usted tuvo opción papá, una niña de seis, qué opción podía tener. Ninguna padre, ninguna.

Crecí sola, lastimada y humillada, crecí violentada pero crecí; y ahora quiero decirle padre que tengo miedo, que sufro al pensar que teniéndonos tan cerca usted ni así hizo un esfuerzo, que incluso a estas alturas que no tenemos necesidad de pedirle nada, ni así quiera saber de nosotros. De mí, de su Coco, me hierve la sangre al saber que de hecho la sangre no le significó nada, se dice que la sangre llama, pero usted, usted siempre hizo sordo al corazón. 

Quizá es demasiado pedirle o preguntarle que si me quiere, pero yo sí lo quiero, quiero decirle que aunque ella jamás nos habló de amor, tampoco nos sembró odio y que si ellos lo sienten, yo no. Que yo sí le estimo  y que en esta absurda idea de que pronto moriré, no quiero quedarme con este sentimiento sin compartírselo. Quiero que mi descendencia sepa de dónde viene y que lo quieran como yo lo hago, quiero que por favor no me rechace más y que en estas últimas curvas de la vida, se permita, me permita, ser parte de su camino.

Padre, a mis 34 años no tengo sentido de pertenencia, siento que nada es mío y que no pertenezco a nada, ya desperdiciamos mucha vida, no lo hagamos más.

Con todo el amor que siempre le he reservado. 

Y.

Noviembre 10, 2017.

Qué bonito baño pensaba mientras yacía en un rincón. Las lágrimas ya se habían secado y los cigarros acabado. Entre admirar el baño y recordar cuándo fue que había empezado a fumar se le fue la tarde olvidando el porqué estaba encerrada en ese lugar.

Ok pensó, es hora de salir. Y así lo hizo, se levantó, alisó su falda, lavó su cara y dientes y decidió de nuevo sonreír. El problema fue cuando se miró al espejo para comprobar que su apariencia fuera normal, no puedo eludir su propia mirada; la esquivó mas no la olvidó.
Salió y empezó a hacer la cena, recordó como el martes pasado había hecho el amor con él, fue tan bello y dulce, recordaba las caricias en la espalda y el recorrer de aquellas manos por sus piernas, buscó en los detalles de la memoria y encontró aquella sonrisa de triunfo cuando ambos llegaban al final de esa batalla coital, suspiró y siguió apurándose, sabía que su esposo no tardaría en mencionar que ya tenía hambre y que no estaba lista la cena; le enojaba tanto ese comportamiento, siempre arruinar los bonitos recuerdos porque vivía preocupada por lo que dijera el marido. Decidió dejar la memoria para después.

Justo a las 7 tenía que la cena servir, eran 7:05 y el horno no sonaba que el pollo estaba listo, sabía que debía haberse apurado antes, sus manos empezaron a sudar y su corazón a latir más de prisa, alguien gritó desde el comedor, escuchó pasos acercarse y decidió ponerse detrás de la barra en forma de defensa. Ya sabía de sobra la misma cantaleta de siempre, y sí, no se había equivocado, que si era una tonta, que si no pensaba, que qué hacía todo el día, blablablá, lo mismo de toda la vida, lo odiaba, lo odiaba de una forma irracional, quería clavarle lo primero que tuviera al alcance, enterrárselo hasta el fondo, sacárselo y volvérselo a enterrar, hasta que escupiera sangre y se ahogara con la misma; en fin, la escena terminó igual que las miles de escenas anteriores, con un no sirves para nada, mejor me largo con alguien que sí sepa cuidar de un hombre como yo y un portazo marca diablo. 

Para cuando escuchó el motor encenderse, ella ya estaba pensando nuevamente en aquél amante apasionado que la hacía vibrar y sentirse hermosa y deseada. En ocasiones no podia creerse cuan afortunada era de que alguien la hiciera sentir como lo más importante y valioso del universo, otras tantas ya no queria recordar para no desgastar los recuerdos. El timbre volvió a sonar, lo escuchó a lo lejos, seguía pensando en aquel precioso arreglo de flores y la nota que días anteriores había recibido, la nota decía que la amaba y las flores eran sus favoritas, amaba como aquel hombre recordaba hasta el último detalle que ella mencionaba. Maldita sea, el olor a quemado la hizo reaccionar, ni modo, a tirar la comida y limpiar el desastre.

Era casi medianoche cuando la botella de vino se vacío y supo que era hora de irse a la cama, decidió darse una ducha antes de, para cuando hubo terminado se sentó frente al tocador para encremarse y al hacerlo notó que de hecho su marido tenía razón, su cuerpo habia cambiado, la edad empezaba a notarse, se deshizo del albornoz y pudo contemplar su figura al desnudo, estuvo a punto de avergonzarse si no fuera porque de nuevo los recuerdos llegaron, esta vez recordó como al igual que en ese momento, ella salía de la ducha y se alistaba para asistir a no sé dónde; cuando notó que alguien desde la cama la observaba, sintió pudor, no porque aquél hombre fuese un desconocido sino por su figura, trató de no hacer caso y siguió arreglándose, de pronto sintió una mano recorrer las piernas desde abajo hasta donde iniciaba la falda, se estremeció de pies a cabeza, como se quedaba sin fuerzas al sentir deslizarse la ropa interior, unos besos en la espalda hicieron que sus pezones despertaran y que sus pechos se hincharan, arqueó la espalda y alcanzó a decir, basta, es tarde, no dijo más porque le dieron la vuelta y la besaron cargándola hasta posarla en ese mismo tocador, entre besos furiosos y caricias perversas, lograba escuchar que él le decia una y otra vez que era perfecta y que la amaba como a nada, hicieron el amor de forma loca, apurada, con un frenesí que solo juntos eran capaces de crear.  El sonido del auto estacionándose la regresó a la realidad, apagó las luces y se fue a la cama, fingió estar dormida.

De nada sirvió, su marido llegó a tumbos hasta la habitación gritándole que no lo hiciera pendejo, que acababa de ver las luces encendidas, que se las pagaría; ella no dijo nada, se dedicó a tratar de calmar su respiración y sus pensamientos, de pronto así sin más, aquél imbécil alcoholizado la despojó de todo y decidió castigarla sin razón, por más que ella luchaba y le pedía, no, de hecho le suplicaba que no lo hiciera, él hizo caso omiso, le abrió las piernas y sin piedad entró en ella, vaya sorpresa, estaba mojada, (no porque aquello la excitara sino porque hacía unos momentos ella había estado pensando en aquel encuentro amoroso con su amante) y eso enfureció más al marido; entre sus ahogados gritos escuchó como le decía, entre carcajadas y palabras obscenas, qué le haces al cuento si eso estabas esperando, pues bueno, eso tendrás, y sin consideración alguna siguió violándola, ella empezó a llorar y él para callarla, le tapaba la boca, decidió morderlo, él le asestó tal golpe que quedó inconsciente. Para cuando despertó, él estaba dormido, se levantó, decidió asearse una vez más y al pasar por el espejo, se miró la cara, la piel, los moretones, las mordidas, la sangre en el labio, pero lo que más le dolió fue la mirada de lástima que ella misma se dedicaba. Entró furiosa a la regadera y esta vez en lugar de pensar en ese amante perfecto que a la vez era su mejor amigo y compañero, pensó en el hombre que estaba durmiendo en su cama a pierna suelta sin cargo de conciencia alguno, pensó en todas las veces que la había humillado, golpeado y decepcionado, cuántas veces lo había perdonado creyendo que algún día dejaría de ser ese monstruo de marido que era, dejó correr gruesas lágrimas, entre las lágrimas y el agua de la regadera, se desvanecieron las huellas de sangre de sus labios, estaba furiosa más que dolida. Era como una pelota de baseball en la boca del estómago, lloró y lloró, no supo cuánto tiempo estuvo sintiendo el agua recorrer su mancillado cuerpo.

Al salir, notó que pronto amanecería y que el desayuno debía estar listo antes de que él partiera, se vistió y bajó de nuevo a la cocina, hizo lo suyo y esta vez a tiempo, no hubo complicación alguna, él se fue y ella regresó a la cama, estuvo dormida casi todo el día hasta que su mismo instinto le advirtió que ya era hora de preparar la cena. 

Así pasaron los días hasta que ese hermoso arreglo floral llegó, ese día desde que despertó sintió que iba a pasar algo, era un arreglo mágico, espectacular, obvio no pasaría inadvertido por nadie, dudó enseguida en ver la nota, se puso nerviosa, no sabía si era del marido o del amante, tenía que ser del amante, eran sus flores preferidas, aunque también podrían ser del marido, no se había disculpado de manera formal por aquél episodio; después de un rato, tomó valor y abrió la nota, sonrió y se la llevó al pecho. Subió a prisa las escaleras y se preparó para lucir regia, la mejor lencería, los mejores tacones, el labial preferido, todo debía estar perfecto.

Dieron las cuatro y salió de su casa, la cena, por un momento su corazón sintió detenerse, al instante recobró la sonrisa y se dijo para sí, hoy no importa y subió a su auto. Habitación 235, quinto piso, entró en el elevador y notó como el tipo que estaba ahí, incluso tomado de la mano de su pareja, no dejaba de verla, volvió a sonreír para sí, sacó un espejo y se retocó los labios, sentía la mirada de aquél hombre, un piso antes de su destino, la pareja abandonó el ascensor y este siguió su camino. Quinto piso, a la derecha, la puerta estaba entreabierta, pasó, iba a quitarse los guantes pero decidió que aun no; dejó su bolso en la mesilla de la entrada y caminó hacía la cama, al ver el espejo del tocador hizo un alto y se dedicó una mirada de fulgor, se supo fuerte, valiente y sexy. Aquél hombre la miraba desde atrás, le dijo, te ves radiante, sabía que vendrías y la besó, la besó con tanta furia y ternura a la vez que ella se olvidó de todo, correspondió a las caricias y sintió como la temperatura subía y subía, sabía que esos brazos la amaban, que esas manos la adoraban y que esos labios la habian extrañado todo este tiempo, no hubo tiempo de deshacerse completamente de la ropa, ahí mismo se volvieron animales apareándose como si la vida se les fuera en ello. No se escucharon promesas o palabras bonitas, solo jadeos y pieles reprochándose y reclamándose la una a la otra. Al fin terminaron, extenuados uno tendido al frente del otro, con los ojos cerrados y la piel pegajosa de tanta pasión. Pasados unos minutos él dijo que iría a bañarse y ella contestó que se pondría más cómoda y pronto lo alcanzaría en el baño, ambos sonrieron e hicieron lo que habían dicho, él a la regadera y ella a ponerse más cómoda, y por ponerse más cómoda se refería a vestirse nuevamente y a ir por el arma que había dejado en su bolso en la mesilla de la entrada, regresó al cuarto de baño y escuchó cómo él le decía que si estaba preparada para más, ella dejó escapar un suspiro y abriendo la puerta, disparó todo el cargador en ese cuerpo desnudo con una expresión de venganza mientras él se desvanecía con el terror en sus ojos.  Ella seguía disparando aunque estuviese vacía el arma, instantes después supo que debía regresar a casa a hacer la cena.

Para las siete, la cena estaba lista, sacó la carne del horno, la sirvió, abrió una botella de vino y se sentó junto a aquél arreglo floral, buscó de nuevo la nota y la leyó otra vez, esta vez en voz alta «Zorrita, te espero en el hotel donde cogimos por primera vez para darte de nuevo lo que a ti te gusta, no se te ocurra faltar». Sonrió de nuevo y se bebió de un trago el interior de la copa. Al servirse nuevamente, pensó en aquél amante soñado y una lágrima por su mejilla rodó, solo pudo pensar, «Si tan solo hubieras sido siempre así, no habría tenido que matarte mi amor, siempre fuiste el mejor amante hasta que el alcohol te convertía en lo que realmente eras, mi marido».